Provincias que cantan

Voces del interior forjaron la identidad criolla

Repasa trayectorias de Granda, Abanto, Berrocal, Donayre, Jiménez y Núñez desde regiones peruanas hoy.

Fuente Fotográfica: Internet

Perú.- El criollismo no nació en Lima, aunque allí floreció. Su raíz, más profunda y extendida, se alimentó del talento de músicos, poetas y voces que llegaron desde distintas regiones del país para darle identidad a una tradición que hoy, cada 31 de octubre, sigue viva en guitarras, cajones y corazones.

Desde Apurímac, Chabuca Granda llevó al vals peruano a una dimensión poética universal. Su infancia en Cotabambas y su mirada sobre el puente de los suspiros convirtieron canciones como La flor de la canela y Fina estampa en patrimonio de la sensibilidad nacional. Su obra, declarada Patrimonio Cultural de la Nación, sigue siendo una carta de presentación del Perú al mundo.

En el norte, Luis Abanto Morales, nacido en Trujillo y criado en Cajamarca, transformó el criollismo en canto de identidad popular. Cholo soy rompió fronteras: mezcló el orgullo andino con el lenguaje costeño y puso al obrero, al campesino y al migrante como protagonistas de su propia historia.

De Arequipa surgió Juan “Cholo” Berrocal, autor de valses que se convirtieron en clásicos de las peñas de los años 60 y 70: Con el alma, Mis algarrobos o En tinieblas. Su voz, potente y melancólica, simbolizó la fuerza del interior que conquistaba la capital con talento y sentimiento.

La costa sur también aportó su herencia afroperuana a través de Manuel Donayre, nacido en Cañete, una tierra donde el ritmo y la poesía conviven desde siempre. Su interpretación de Secreto o Como una rosa roja lo consagró como una de las voces más elegantes del criollismo. Hoy, radicado en Estados Unidos, continúa difundiendo esa herencia que lo convirtió en “el diamante negro del Perú”.

En el norte, Panchito Jiménez, natural de Motupe, hizo historia junto a Óscar Avilés en el conjunto Fiesta Criolla. Su voz poderosa y su estilo de “vals alegre” marcaron una época en la radio y los teatros limeños. Fue conocido como “el león del norte”, y su energía sobre el escenario representó el espíritu festivo y popular del criollismo norteño.

Y junto a ellos, un compositor sin el cual el repertorio costeño no sería el mismo: Luis Abelardo Núñez, de Ferreñafe. Autor de valses inmortales como Engañada, Con locura y Mal paso, su obra mezcló el romanticismo urbano con el sabor del tondero lambayecano. Su legado supera las fronteras de género: sus canciones aún son parte de cada jaranita y cada peña.

Estas trayectorias demuestran que la canción criolla no pertenece a una sola ciudad, sino a un país entero que la canta con acento propio. Que nació de la fusión afro, andina, mestiza y que sigue viva porque cada región aportó una manera distinta de decir lo mismo: amor, desengaño y orgullo por lo nuestro.

Cada 31 de octubre, cuando las guitarras vuelven a sonar y los valses llenan las calles, el eco de esas voces recuerda que la música criolla no es sólo un género: es un espejo donde el Perú se reconoce y se abraza.

 


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