Opiniones
¿Fama o reconocimiento? Para ser un buen periodista, se debe ser antes una buena persona
Por Armando Avalos Espichán
En los primeros días del 2003, el conductor del noticiero 90 Segundos de Frecuencia Latina (hoy Latina TV), Rubén García recibía en la cama donde se encontraba postrado, un video que le grabamos muchos compañeros para alentarlo a salir delante de la enfermedad que padecía. Me comentaron que al recibir el mensaje de los colegas, sus manos temblaron y por su mejilla se deslizó una larga lágrima mientras esbozaba una sonrisa de alegría.
Pocos días después, Rubén murió. Solo tenía 33 años. Era en esos días uno de los rostros de la noticia. Un hombre que la fama le había sonreído pero más que ello, había logrado un reconocimiento y aprecio por ser un gran ser humano.
Conocerlo más allá de las luces, cámaras y lo que publicaba la prensa de espectáculo me enseñó que en nuestro paso por la vida, uno no debe perder la humildad y tratar siempre de hacer lo correcto. Valores que a veces muchos personajes públicos o llamados “líderes de opinión” no cultivan y lo que es peor, se convierten en promotores de antivalores.
Aquellos para los que ser fiel es “recontra aburrido”, aquellos que convierten el humor en una excusa para denigrar y burlarse de los desvalidos, aquellos que con el pretexto de lograr rating, venden su alma y su conciencia. Los que por fama y fortuna pierden su espiritualidad. Los que no comprenden que la fama es efímera y el reconocimiento es infinito.
Siempre es preferible elegir el reconocimiento en lugar de la fama. El reconocimiento, es grande y profundo. Produce que la persona quede grabada en la memoria de la gente. Solo hay reconocimiento bueno, en cambio la fama puede tomar dos caras, una buena o una mala y fea.
Cuando comencé en la televisión, recuerdo que uno de los primeros personajes que conocí fue Rubén García. Era el rostro oficial de Frecuencia Latina. Siempre lo veía en la pantalla chica y verlo en carne y hueso me pareció alucinante.
Un día me ordenaron llevarle a Rubén, unas hojas con algunas indicaciones que debía leer en el noticiero. Debía dárselo aprovechando un corte comercial. Le entregué el documento y Rubén, fue muy cordial y amable. Al recibirlo me hizo una pequeña broma. No pude con mi genio y yo le conté un chiste también. Rubén casi se atora con el agua que estaba tomando y comenzó a reírse a carcajadas.
Me pidió que me quedara en el set. Me sorprendió mucho su pedido pero accedí. Luego de otro corte comercial, Rubén soltó dos chistes y yo le conté otros dos. Desde ese día, cada vez que podía, iba al estudio de 90 Segundos y hacíamos nuestro duelo de chistes. Era un buen amigo.
Era tan sencillo, tanto dentro, como fuera de los sets de televisión. Era una persona auténtica. Algo tan difícil de encontrar a veces en la televisión. Cuando me enteré de su enfermedad, me dolió mucho y pese a que sabíamos que su mal era degenerativo, tratamos de alentarlo para que siga luchando por su vida.
El día que partió muchos lloramos y pese a los años que han pasado, en nuestra memoria lo llevamos como un ejemplo de lo que debe ser un periodista. Un hombre de buen corazón.
En una oportunidad, Ricardo Darín dijo que si uno desea fama, es como querer ser idiota. El actor argentino se refería a aquellas personas que hacen cualquier cosa por la fama y que en ese camino se convierten en su peor versión.
Si la televisión tuviera más personas de buen corazón como Rubén creo que sería mucho mejor. Más personas que tratasen de buscar más el reconocimiento a su trabajo que la fama, esa falsa Diosa de rostro bello y encantador que muchas veces nos hace olvidar el propósito que tenemos en la Tierra.
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