Opiniones

El adiós a la fotógrafa de la esperanza. Las imágenes que sembraron una luz en medio del holocausto

Por Armando Avalos

Mientras Faye Schulman revelaba en un cuarto oscuro unas fotografías tomadas por los alemanes en un campo de concentración en Bielorrusia, comenzó a ver cómo en una de las imágenes se iba formando la silueta de varias de las personas que más amaba.  Sus manos comenzaron a temblarle y las lágrimas caían sobre esa terrible imagen que la perseguiría por el resto de su vida. En la foto, dentro de tres trincheras aparecían los cuerpos de su madre, su padre, sus dos hermanas y su hermanito menor acribillados a balazos.

Sus familiares habían sido asesinados al igual que 1850 judíos la mañana del 14 de agosto de 1942 por los nazis. Los alemanes solo habían “perdonado” la vida a 26 judíos a los que “aún necesitaban”. Entre ellos, estaba Faye Schulman por sus conocimientos de fotografía.

Faye contaría luego que esa mañana lloró desconsoladamente. Tenía la esperanza que dos de sus hermanos aun estarían vivos. Y fue esa esperanza la que se quedó grabada en su mente y su corazón. Conservó una copia de las fotos de la masacre de su familia y de cientos de judíos y prometió hacer justicia y luchar por su vida.

Cuando los alemanes le ordenaron entrenar a una joven ucraniana como su “asistente” de fotografía, supo que la iban a matar y huyó a los bosques. Ahí se unió a un grupo de partisanos soviéticos que luchaban contra la opresión alemana. Ayudó como enfermera y luego fotógrafa, inmortalizando las escenas de dolor, de valor, los momentos de camaradería, de sacrificio y también de unión de cientos de hombres y mujeres que con pocas armas, sin casi alimentos, en medio del frio y unidos por la misma tragedia, se habían convertido en esperanza para millones de personas que sufrían las atrocidades de los nazis.

Dormía con su cámara fotográfica en el pecho y su rifle como almohada. Habilitaba con ramas y trapos un “laboratorio” de fotografía en medio de la intemperie, el cual desmontaba según las circunstancias que la obligaban a huir de los alemanes.

Por ser mujer y judía, tuvo que esforzarse el doble para ser aceptada entre los partisanos, de quienes se ganó su respeto y admiración. Combatió como una fiera en los enfrentamientos con los alemanes, ayudó a los enfermos con un corazón solidario y llevaba siempre su cámara de fotos para que la resistencia siguiera viva.

Una de sus fotos mas dramáticas, fue cuando Faye retrató a los partisanos dando el último adiós a varios de sus “camaradas” abatidos en combate, entre los que se encontraban judíos y soviéticos. Esa tarde, no existían razas ni credos. No existían diferencias. Esa tarde el dolor los unía a todos y también alimentaba la fuerza de seguir luchando por su libertad.

En 1944 cuando el Ejército Rojo liberó Bielorrusia, Faye se reencontró con sus dos hermanos sobrevivientes, entre ellos Moshe quien le enseñó de niña la fotografía, oficio que no solo le salvaría la vida, sino que le dio un propósito con cada imagen que logró en medio del terror y el dolor.

En 1948 emigró a Canadá junto al amor de su vida, el doctor Morris Schulman. Lo único que llevó a su nueva patria eran su fiel cámara fotográfica Compur y 100 fotos de la guerra que se convirtieron en su legado.

Durante años, realizó exposiciones de sus fotografías para mostrar al mundo, como más de 30 mil judíos como ella resistieron a la opresión nazi en las peores condiciones. Escribió un libro autobiográfico, fue premiada por los gobiernos soviéticos, bielorruso, estadounidense y canadiense y en un documental realizado por la televisión de Canadá, contó con aquel valor que te deja haber sufrido tanto, que pese a perder a su familia y ver el holocausto judío, nunca perdió la esperanza.

Nos dejó una reflexión, que por más difícil que sean las pruebas que nos deje la vida, vale la pena vivirla y luchar por ser feliz. Luchar contra el odio, la intolerancia. Nutrirse de una sonrisa, de un gesto de nobleza y del valor de enfrentarse al mal.

El 24 de abril del 2021, en Toronto, Faye Schulman a los 101 años, murió como ella siempre quiso despedirse de la vida. Rodeada de los seres que más amaba. A su lado estuvieron sus dos hijos, un hermano, un rabino y 9 de sus nietos y bisnietos.

Sobre su féretro, reposó por unos minutos su fiel cámara fotográfica, aquella que la vio llorar, que retrató su sacrificio, soledad, su lucha y su pasión por la vida. No hubo fotos esta vez, solo la paz que algunos sintieron se dibujó en el rostro de Faye al partir. Un alma buena que en su paso por esta vida regaló algo que ella convirtió en su solitaria compañera en los momentos más difíciles, su esperanza.


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