Opiniones
Cuando un maestro inspira y cambia vidas
Por Armando Avalos
Una mañana de 1989, animé a mis compañeros de la Universidad San Martin de Porres a tomarnos una foto, con el profesor que admirábamos. Su gesto de dar clases gratuitas en su casa a los alumnos rezagados y su paciencia infinita habían hecho que se ganara nuestro corazón. Nunca le pude agradecer sus enseñanzas. Cuando ejercí mi carrera y avance en ella, sentí muchas veces que aquello que mi profesor Amador Navarrete me había dado con su enorme desprendimiento, había sido un tesoro.
Luego de 32 años, me sentía nervioso cuando me dirigía a la casa de mi recordado maestro en el centro de Lima. Cuando me abrió la puerta de su casa, nos confundimos en un abrazo. La última vez que lo había visto, yo era un joven pelucón lleno de sueños y quien no dejaba de preguntarle los secretos del buen escribir para un periodista.
El profesor, con su enorme sonrisa, su camisa remangada y sus manos manchadas con tiza me decía con una voz paternal, que podía llegar muy lejos si me lo proponía y que la mejor forma de avanzar en la vida, era vivir con pasión una profesión.
La tarde que lo visite en su casa, parecía un niño emocionado mostrándome sus fotos de sus inicios en el periodismo en el diario La Prensa, su colección de miles de libros y los recuerdos de muchos alumnos que formó y que ahora comparte orgulloso sus logros.
Sentí mi pecho palpitar cuando mi profesor Amador Navarrete me dijo que se sentía también orgulloso por el aporte que yo había hecho en la carrera y al formar, al igual que él, a una nueva generación de periodistas. Saqué de mi mochila, dos de mis libros publicados y se los obsequié y el, también me tenía una sorpresa, me regalo también un libro.
Amador Navarrete encarna todos los valores de un buen maestro. Aquellos que comprenden que enseñar es dar, es inspirar, es cambiar vidas. Un maestro es una brújula que te muestra el camino con los imanes de la curiosidad y el saber. Que te contagia las ganas de aprender y te emociona.
Cuando le recordé su gesto de enseñar a sus alumnos más allá de su obligación como docente, me dijo que él había aprendido muy joven de grandes maestros y que sintió como una obligación moral, hacer lo mismo que hicieron aquellos hombres que le ayudaron tanto en la vida.
Hoy jubilado de la docencia, Amador Navarrete no deja de ser un maestro y su gran corazón sigue joven. Lo encontré acomodando cajas, con cientos de libros, los cuales, afirma, formarán parte de una Biblioteca que piensa crear en Comas para los niños de la zona.
“La lectura es el arma que nos da libertad, que nos abrirá la mente y miles de puertas en la vida. Que nos permite cambiar nuestro destino“, me decía mi maestro, que sin darse cuenta, con gestos como el que está haciendo, de crear una biblioteca para niños de escasos recursos en Comas, sigue dejando huella y trabajando para la eternidad.
Cuando vi que el jugo de naranja que me había invitado estaba por terminarse, me di cuenta que era momento de ir culminando nuestra visita. Le dije que no había forma de pagarle lo que había hecho por mí y muchos jóvenes que educó.
No solo nos había dado lecciones, sino esperanza. Nos había enseñado cosas, pero no para ganarnos la vida sino para vivir de lo que amamos. Nos ayudó a crearnos a nosotros mismos.
Ser docente es un gesto de nobleza y desprendimiento. Es una forma de amar al prójimo. Es creer en la vida y un gran acto de fe en el ser humano.
Cuando me despedí de mi maestro, me dijo algo que me terminó por emocionarme, que en la vida de un maestro los discípulos son su mejor biografía. Si aquellos que formamos se convierten en personas de bien, la labor de un maestro, se logró.
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