Opiniones
El amor que enloqueció a uno de los trece
Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay algo de razón en la locura. FRIEDRICH WILHELM NIETZSCHE
En el golfo de Tumaco (Océano Pacífico) y frente a la costa colombiana se encuentra una histórica porción de tierra llamada: la Isla del Gallo; y es histórica porque en ella, trece valientes tomaron una decisión trascendental considerada por muchos: “un acto de locura” debido a los riesgos como el hambre, enfermedades y ataques por parte de los naturales a los que se expondrían. Pero, esos famosos estaban decididos a superar todo obstáculo con el objetivo de hallar riquezas y reconocimiento. ¡Ellos se mantuvieron en sus trece!
Pedro de Halcón o Pedro Halcón, se hallaba entre los Trece de la Fama y sobre él trata el presente artículo.
José Antonio del Busto Duthurburu, en su obra: “Los Trece de la Fama”, nos noticia sobre su origen: “…Pedro de Halcón se nos descubre nacido en Cazalla de la Sierra, lugar del arzobispado de Sevilla”, de la misma forma nos dice que nuestro personaje prestó servicio a un hombre rico de apellido Hernández, con quien partió de Sevilla un 01 de septiembre de 1511 hacia América; que en el año 1526 se unió a la segunda expedición descubridora (Segunda Armada del Levante), y que fue en esa arriesgada empresa en la que se convirtió en uno de los Trece de la Fama, al cruzar la línea que hiciera Pizarro en las arenas de la Isla del Gallo, demostrando valor y lealtad al futuro Marqués; y que luego de pasar dificultades pasaron a otra isla en busca de mejorar su situación –ya calamitosa- a donde llegó el auxilio esperado. “Que estando en la isla Gorgona, fueron recogidos por el piloto Ruiz de Estrada, navegando y avistando Tumbes, Paita, la isla de los Lobos, la playa de Huanchaco y la desembocadura del Santa”, y que al retorno contactaron con una “Capullana” en el punto denominado “Puerto de la Santa Cruz (¿Sechura?)”. Enviando, Pizarro, una delegación a tierra conformada entre otros por Pedro de Halcón. Es en esa ocasión en que nuestro personaje da muestras de una excentricidad en su comportamiento y vestimenta. En sus crónicas, Cieza de León, afirma: “Llevaba puesto un escofión de oro con gorra y medalla y vestido con un jubón de terciopelo y calzas negras; llevaba con esto ceñida su espada y puñal, de manera que tenía más manera de soldado de Ytalia que de descubiertos de manglares”.
Los cronistas nos han dado a conocer que la Capullana atendió con gran esmero a los peninsulares y que les dio de comer e incluso de beber ella misma en un vaso, según sus costumbres. Al parecer, la Capullana impactó tanto a Pedro de Halcón, al punto de quedar éste, prendado de ella.
La Capullana insistió en que Pizarro dejara la seguridad de su carabela y la visite en su propia tierra, puesto que deseaba conocerle personalmente. A su exigencia, la comitiva castellana la trasladó a la embarcación, mientras que en el trayecto, Pedro de Halcón seguía dando muestras de amor hacia la regente norteña. Luego de conferenciar con el jefe expedicionario y lograr su cometido, la Capullana retornó a tierra e inició los preparativos para recibir a Pizarro.
Cuando retornaban a la carabela -luego de que Pizarro, recibiera la hospitalidad de la gobernante- Pedro de Halcón, rogó al trujillano que le dejase en dichas tierras, pues se había enamorado profundamente de la “cacique” y no deseaba marcharse; su exigencia obtuvo una negativa rotunda. Enfurecido, Pedro de Halcón vocifero: “Xora, xora, bellacos, questa tierra es mía y de mi hermano el rey y me la tenéis usurpada”; siendo tan grave su ira que desenvainó la espada (la cual estaba rota) y atacó a sus acompañantes. El piloto Bartolomé Ruiz, en una rápida reacción le propinó un tremendo golpe en la cabeza que le desmayó. Al abordar el navío, le encadenaron debajo de la cubierta e informaron a sus compañeros de que el pobre habíase vuelto “loco”.
En la investigación sobre los Tallanes, que hace el historiador Reynaldo Moya Espinoza, concluye que: “Existieron capullanas en la costa sur del Ecuador, en Tumbes, en Piura y en Lambayeque. Los españoles sólo tuvieron contacto con dos de ellas: Susi Cunti, soberana de un pequeño régulo formado donde ahora es Pimentel. Esta seguramente era joven y bella pues, uno de los expedicionarios llamado Pedro Alcón se enamoró de tal forma de ella que perdió la razón y tuvo que ser amarrado para retornarlo a la nave. La otra fue la capullana de Pariñas”.
cuando la expedición retornaba de su travesía al sur, y estando cerca a punta de Santa Elena, abordaron la nave una treintena de indios principales con regalos para Pizarro, a quien le llenaron de chaquiras y demás obsequios. Aprovechando la novedad y la distracción de sus cuidadores, Pedro de Halcón logró subir a cubierta y profirió: “Quien vido asno enchaquirado ni albardado como ese”, a la vez que afirmaba que: “le tenían prisionero su reino los traidores cristianos”. Pese a su insana conducta, y en un acto de lealtad, Pizarro se aseguró de que fuera considerado en la Capitulación de Toledo como un de los Trece de la Fama. (José Antonio del Busto).
En el libro: “Psicología de los peruanos en el tiempo y la historia”, de autoría del doctor Reynaldo Alarcón, se puede leer: “Trece hombres cruzaron la raya, precedidos por Pizarro. La historia los conoce como los Trece del Gallo. Entre estos estaban Nicolás de Ribera el Viejo -el primer alcalde del Ayuntamiento de Lima-, y Pedro Alcón, aquel soldado diagnosticado por el psiquiatra Hermilio Valdizán como el primer loco de la Colonia, su locura fue de amor por una hermosa capullana”.
Esta afirmación nos lleva a leer el capitulo V “Las paratimias: maniacos y melancólicos - Locos de la Colonia” del gran maestro Hermilio Valdizán, en el que afirma que el caso de Pedro de Halcón, es: “el primero de los casos de locura entre los conquistadores de estas tierras del Perú”,… “En aquellos remotos tiempos no hubiera costado demasiado esfuerzo referir la dolencia que aquejaba al de Alcón a una locura de amor y hubiera sido fácil esta explicación ya que admitíase por los prácticos de aquella época, una enfermedad de amor, que podía conducir a la pérdida del juicio y aún a la pérdida de la vida”…”En nuestros días sólo es posible manifestar que en la locura de Pedro Alcón hay los elementos necesarios para opinar por el estallido del llamado sindroma maniaco”. El psiquiatra peruano, también infiere que: “el sindroma maniaco de Pedro Alcón sería de origen tóxico…que la bella capullana habría agasajado a su barbudo y blanco amante, haciéndole beber de sus bebidas fermentadas”; a la vez opina que tal vez el comportamiento del “famoso” podría haber sido causado por el consumo de hierbas y/o estupefacientes con la consecuente “alteración más o menos grave de la función renal…y que la agitación maniaca de éste, sólo hubiera correspondido a la hoy llamada psicosis urémica”.
No cabe duda que el amor y la locura son estados mentales que muchas veces andan juntos. A continuación, se trascribe una narración que hace el gran Marco Aurelio Denegri de una fábula de Jean de la Fontaine, y que nos permite entender el “loco amor” que se presenta en los seres humanos.
La conexión que se ha hecho desde hace muchísimo tiempo entre el amor y el desorden mental. Cupido, el hijo de Marte y Venus, es el dios del amor, o más bien el dios del deseo amoroso, porque en latín cupidus significa literalmente: deseoso. La representación de Cupido es la de un niño armado de arco y un carcaj lleno de flechas y con los ojos vendados, ya que el amor es ciego, pero no es ciego de nacimiento, sino que lo fue a causa de un terrible altercado, cuyos pormenores ha referido con la gracia que solía el célebre poeta y fabulista galo: Jean de la Fontaine.
Ocurrió que un día jugaban, muy entretenidos, el amor y la locura; y de pronto sobrevino una disputa, un serio altercado entre los jugantes. El amor quería que se reuniese inmediatamente el concejo de los dioses para resolver esta disputa, pero, la impaciente locura desestimó esa propuesta y tomó la justicia por su mano, propinándole un palaso en la cabeza al amor, un palaso tan fuerte, tan violento, que a causa de ello el amor perdió la vista. Venus, su madre, clamó venganza y los dioses se aturdieron extremadamente; Júpiter, Némesis, los jueces del Averno, toda la comparsa, realmente, estaba sorprendidísima. El daño irreparable se había producido, y todos esperaban el pronunciamiento decisivo de los jueces, el fallo, la sentencia inapelable del tribunal supremo. Claro, se preguntarán ¿En qué consistió o cuál fue esa sentencia?... algunos la consideraron justa, muy justa y otros, los más dijeron que era sobrecogedora. La sentencia del tribunal supremo fue. Condenar a la locura a servir de guía al amor, a servir de lazarillo permanente al amor por todos los siglos de los siglos. Claro, si el lazarillo del amor es siempre la locura y la locura no puede dejar al amor por ninguna parte ni en ningún sitio porque se perdería, entonces, uno ya entiende y con mucha claridad el porqué de las locuras amorosas.
Expedicionarios y descubridores, conquistadores y conquistados, invasores e invadidos, iniciados y profanos, dioses y mortales; en fin, a lo largo de la historia la humanidad ha sido víctima de las locuras del amor, en mayor o menor grado, con consecuencias casi siempre impredecibles. Frases como: “te amo locamente”, “siento un loco amor” o “te amo hasta la locura”, se escuchan constantemente entre las parejas; y no está mal amar, siempre y cuando no se pierda demasiado la razón.
Jorge Rojas Luna
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