Por Francisco Ugarteche Domínguez
Es un antiguo dicho que resume en una frase el por qué algunas personas de pronto se ven envueltas en un laberinto de situaciones incómodas, por lógica reacción a las acciones que comete por su conducta, sus expresiones erróneas, su comportamiento inadecuado.
Escapar de ese laberinto es lo que intenta el presidente Castillo cuando implora cese el asedio de una oposición tibia pero persistente, de un congreso inexperto pero empeñoso, de una prensa complaciente pero curiosa, de empresarios temerosos y asustados, médicos humillados, militares ultrajados, mineros espantados, industriales burlados, campesinos abandonados, profesores estafados y transportistas quebrados.
Se queja de haber recibido un país heredero de 200 años de injusticias en el que nadie hizo nada, como si la cama donde está durmiendo fuese la misma que usaba en Puña, en Tacabamba, en la chacra que les regaló Velasco con la reforma agraria, la que le expropiaron a los Herrera.
Consigue un triunfo con la complicidad de un jurado que desechó arbitrariamente denuncias de fraude gracias al voto abusivo, dirimente y militante de alguien acostumbrado a convivir con terroristas.
Se colude con delincuentes ahora prófugos de la justicia y socios que confunden gobierno con repartija del presupuesto público y no quiere que lo investiguen.
Exhibe pergaminos académicos denunciados de fraude, que resulta una constante en su conducta.
Más de 30 mil millones de dólares salieron del país en los últimos doce meses, sube el precio de los combustibles, los transportistas comienzan una huelga que complica más la vida de los peruanos; auditores, periodistas, fiscales y congresistas investigan el despilfarro de la hacienda pública y la justicia padece la presión de un pueblo que implora acabe esta pesadilla.
Las tempestades que cosecha Pedro Castillo son consecuencia lógica de los vientos que sembró en su campaña y este recién es su primer y ojalá único año de gobierno.