Seguridad Ciudadana
¿Qué está pasando políticamente con los ciudadanos en el mundo?

Por Cesar Ortiz Anderson
La elección de Zohran Mandani como alcalde de la ciudad de Nueva York es bastante preocupante. Hagamos un mapeo de Zohran: con 33 años de edad y una escasa experiencia política, nacido en Kampala, Uganda, es hijo del académico Mahmood Mandani y de la gran cineasta y actriz india Mira Nair. Fue criado entre la India y Queens, se hizo conocido como rapero y tuvo un breve paso por la política, siendo asambleísta estatal. En su artículo, Martha Meier M.Q., titulado “Mandani: un comunista en Nueva York”, describe con mucho detalle cómo logró Mandani ocupar ese cargo.
Alex Soros, heredero del especulador financiero y promotor del globalismo progresista George Soros, celebra la victoria proclamando sentirse “orgulloso de ser neoyorquino”. Nos está revelando la dimensión del desastre que se avecina. En los últimos años, Soros apoyó el ascenso de Zohran con al menos cuarenta millones de dólares.
Considerado un “nuevo rostro progresista”, trae un proyecto comunista. Es un Hugo Chávez islamista, ahora a cargo de la ciudad más capitalista del planeta. Pretende congelar los alquileres, aumentar drásticamente el salario mínimo, expropiar terrenos en “desuso”, crear supermercados estatales y extender la gratuidad de los servicios públicos. Suena muy bien, pero con ello está dinamizando los cimientos de una urbe que se hizo a base de los esfuerzos de la iniciativa privada. Nueva York, que encarna la audacia del capitalismo —esa mezcla de riesgo, libertad, competencia y genio creativo—, podría convertirse en otro experimento de esa farsa comunista llamada “igualitarismo”, que está comprobado que solo genera miseria. Todo apunta a que esta gran urbe podría convertirse en el paraíso de los ociosos, adictos y criminales.
Desfinanciará a la policía para reemplazarla por “agentes comunitarios”. Liberará a los presos porque sostiene que la “criminalidad es un constructo social”.
Hoy, el resultado es que uno de cada cuatro neoyorquinos planea irse, según el New York Post.
Mientras tanto, por estos días, el Perú se asoma nuevamente al abismo. A menos de un año de las elecciones presidenciales de 2026, el país parece condenado a repetir su historia política como una tragedia cíclica: presidentes que decepcionan, delinquen o acaban en prisión. Desde Alberto Fujimori hasta Pedro Castillo —pasando por Toledo, Humala, Kuczynski y Vizcarra—, la lista de mandatarios procesados o encarcelados por corrupción o abuso de poder es ya una rareza mundial. Y, sin embargo, la ciudadanía parece no haber aprendido la lección.
El riesgo que corre el Perú en las próximas elecciones no es solo elegir mal; es, sobre todo, no saber elegir con memoria, con juicio ni con responsabilidad histórica. Las encuestas muestran una creciente fragmentación electoral —más de 40 precandidatos presidenciales—, la mayoría improvisados, sin equipos técnicos, sin experiencia pública y, en muchos casos, con antecedentes cuestionables o nexos con redes criminales, mineras ilegales, narcotráfico o mafias regionales. La democracia peruana, desgastada por la corrupción y la desconfianza, parece abrir sus puertas a cualquiera que prometa “orden” o “mano dura”, aunque detrás de esa fachada se esconda un proyecto autoritario o delincuencial.
El caso del expresidente Pedro Castillo, preso desde diciembre de 2022 por intentar disolver inconstitucionalmente el Congreso, es una advertencia viva. Castillo llegó al poder como símbolo del pueblo marginado, del maestro rural que retaría a las élites. Pero su gobierno fue un ejemplo del peligro de la improvisación y el clientelismo, donde el Estado se convirtió en botín político de allegados, familiares y operadores sin mérito. La torpeza en el manejo del poder derivó en el intento de autogolpe y, con ello, en una de las páginas más oscuras de nuestra historia reciente.
Sin embargo, la alternativa no es entregar el país al otro extremo: a los “duros” de la seguridad, los caudillos del populismo punitivo o los empresarios disfrazados de tecnócratas. Muchos de ellos están hoy vinculados a grupos de poder ilegales o a campañas financiadas por intereses turbios. En regiones dominadas por la minería ilegal, el narcotráfico y la extorsión, ya se denuncia la infiltración del crimen organizado en la política local. Es decir, el riesgo no es solo otro Pedro Castillo, sino algo peor: un presidente que combine el populismo con la criminalidad.
El desencanto ciudadano es comprensible: la inseguridad, la corrupción, la pobreza y el descrédito total del Congreso —el mismo que vacó a Dina Boluarte y que arrastra escándalos de violaciones, prostitución y leyes a favor del delito— han hecho que muchos voten “por rabia” o “por castigo”, no por convicción. Pero votar desde el resentimiento es el camino más corto hacia el desastre. En el Perú, la democracia se ha vuelto un acto de fe ciega, y los electores, los peregrinos que confían una y otra vez en falsos profetas.
La solución pasa por una ciudadanía más crítica, informada y exigente. No se trata de buscar al “salvador”, sino de exigir instituciones que funcionen. El voto debe ser un acto de memoria, no de olvido. Porque cada vez que elegimos sin pensar, el precio lo paga el país entero: en crisis, sangre e incertidumbre.
Hoy, mientras los candidatos se multiplican como setas después de la lluvia, los peruanos deberíamos detenernos un momento a mirar atrás. Veinticinco años después de los vladivideos, quince años después del baguazo, diez años después de Lava Jato y tres años después del intento de golpe de Castillo, el país no puede seguir tropezando con la misma piedra.
El peligro no es solo elegir mal: es volver a elegir igual. Y si eso ocurre, el Perú no necesitará un enemigo externo para caer; bastará con su propio voto.
Regresando a Nueva York, ciudad que ha sobrevivido a inundaciones y a más de un desplome financiero, podría sucumbir ante un individuo que cree que arrebatar lo ajeno y subvencionar es el nuevo “Sueño Americano”. Es la misma receta de Cuba, Venezuela o Nicaragua, esas tres dictaduras que Mandani no gusta calificar, como tampoco menciona que Hamás sea una organización terrorista.
Que sea musulmán es lo de menos; es un comunista que, como todos, fomenta el odio y destruirá lo que toque.
Finalmente, desde Aprosec, con resultados como estos, debemos darle la razón a la Organización Mundial de la Salud, cuando señala que casi un tercio de la población mundial, luego de la pandemia, tendría diversos problemas de salud mental.
Cesar Ortiz Anderson
Presidente de Aprosec
www.aprosec.org
Cel.:999316197 / 998160756
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