Por Jorge Rojas Luna
El domingo 26 de junio de 1541 fue asesinado Francisco Pizarro González, perpetrado por un grupo de matones almagristas, a los que se les nombra en muchos casos como “los de Chile”. Para el gran intelectual, Luis Alberto Sánchez, ese día ocurrió el primer golpe de estado en el Perú, con el asalto a la casa del Gobernador, hoy Palacio de Gobierno, y el vil, pero, anunciado magnicidio.
El historiador Esteban Mira Caballos, en su obra “Francisco Pizarro: una nueva visión de la conquista del Perú” detalla tres cuestiones que se conjugaron para este hecho: El exceso de confianza del Marqués pese a estar advertido; la presencia de almagristas en palacio que facilitaron el atentado; y la pasividad de los pizarristas.
A la voz de: ¡Mueran, que traidores son!, el trujillano, junto a Francisco Martín de Alcántara (su medio hermano), Ortiz de Zárate, Gómez de Luna y dos pajes, hicieron frente al artero ataque de una veintena de almagristas; el sexagenario batalló ferozmente contra sus atacantes, prueba es que recibió cinco heridas en la cabeza, seis en la columna, tres en los brazos y una estocada en la garganta. La leyenda nos dice que, el extremeño dibujó una cruz con su sangre y la besó en signo de solicitar confesión; lo que es seguro, es que recibió un golpe en el rostro con un jarrón lleno de agua, arrojado por el traidor Juan Rodríguez Barragán, quien graznó cual cuervo: ¡Al infierno os iréis a confesar!
El crimen involucró a varios allegados al conquistador, entre ellos su cura personal; ¡Oh sí, judas besucones y brutos cínicos, nunca faltan!
Se puede debatir mucho a favor o en contra de Pizarro, algunos lo enaltecen y otros mucho lo agreden, pero no hay duda de que fue un hombre de su tiempo y un guerrero valiente que supo morir con honor; y el honor es algo de lo que adolecen muchos “líderes” en la actualidad.
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